Somos iguales a una estrella que alumbra en el infinito cielo: mínimos mundos que sirven de receptáculo a multitud de otros seres, para que todos juntos evolucionemos y continuemos el crecimiento.
La Gran Conciencia que piensa está por sobre todos y en cada uno -el gran misterio- y crece cada vez que uno de nosotros (pequeño mundo), comprende y mejora.
Adquirir la percepción de esa Conciencia es darse cuenta de la unidad, de la unión que existe en absolutamente todo lo que vive en el Universo. Darse cuenta de que todo es vida, que no existe la muerte, que no existe el “afuera”. Que somos una gran unidad que piensa y crece hacia una finalidad última que, por ahora, nos es desconocida.
Nuestra alma anhela el momento de la unión con la divinidad, la conoce, la siente y la espera. Nuestro ser conoce que ese futuro próximo o cercano, es lo único que nos da paz. Al ignorarlo, al dejarlo de lado, nos sentimos infelices.
También nuestro ser interior, ese que en realidad somos, sin la cáscara de la carne y la personalidad, sabe que la victoria está asegurada.
Que sea lo que fuera que hagamos, nada puede impedir nuestro destino final, de convertirnos en dioses, en Dios.
El tiempo es una ilusión, vinimos al mundo a trascender las ilusiones, a adquirir el conocimiento que nos aleja de la dualidad.
Más tarde o más temprano lo comprenderemos. La rueda de nacimiento, sufrimiento, muerte y vuelta a renacer, puede cortarse solamente con un cambio en la conciencia, reconociendo nuestro origen y nuestro fin; viendo la unidad en todo y manifestando esa unidad.
Hemos quemado ya muchas etapas, casi diríamos que no tenemos más excusas y que llegaron los tiempos. Porque todos estamos enterados, todos sabemos quienes somos y no nos tenemos que engañar más.
Por Marta Susana Fleischer