El mundo corre rapidísimo a nuestro lado. El almanaque ya nos está mostrando que se acerca el fin de año con todos los cierres de objetivos que nos hemos propuesto: algunos alcanzados, otros a medio camino, y —para qué hablar— de los que hemos olvidado. El mundo nos corre, y nosotros tenemos que llegar. Las modas, las tecnologías, los modismos y la música dan zancadas delante nuestro y nos pasan, sobre todo cuando estamos más fatigados. Estar atentos nos lleva cada vez más esfuerzo.
Pero la tecnología te ataja, te acomoda en el sillón, la silla o el asiento del bondi; te hace soñar con bailes, lugares, maquillajes; te canta y te hace reír hasta que casi te pasás de parada… Un abrir y cerrar de ojos, y no sabemos qué pasó, pero casi te pasás. “¿Quién se llevó mi tiempo?”, alcanzás a respirar la pregunta. Buscás respuesta en los ojos que tampoco se cruzan con los tuyos, inmersos en sus propios viajes estáticos.
Allá afuera, el clima se regala loco: frío y calor, una suerte de primavera con fiebre. Ahora acá, ya caminando por la vereda, me doy cuenta de que la mañana en la ciudad huele a café y medialuna. Me detengo, rara, unos instantes, con el sol tibio de frente. Si mirás Corrientes derecho, la postal la elegís vos y en varios colores. Sigo: cordón, vereda, semáforo… “¡Señora, espere!”, le grito a una vieja que miraba su celular.
“Vivir es otra cosa”, pienso retomando la caminata. Y no debería ocurrir solo en vacaciones, trago. A mis oídos llega que el cansancio es mal de esta época, y lo reflexiono en tonto consuelo. Pero no mucho, porque estoy agotada. “Síndrome de burnout”, podría decir haciéndome la canchera. Parece que estar quemado es el point de hoy.
“Más siesta y más fiesta”, espetó el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, aguijoneando a la era de la productividad que tanto nos fatiga. No todo tiene que ser útil, medible y rentable, ¿no? Cansados pero vacíos, “la nueva forma de sufrimiento civilizado”, reflexiona otro filósofo.
Pero hay otros cansancios, esos que se producen por actos placenteros, creativos, en contacto con la tierra —aunque sea la de tu maceta— y en contacto con tus amigos. Esos que solo se viven en la experiencia corpórea, no virtual; esos que crean y nos hacen crecer. Existir no es correr detrás de la zanahoria, es meter las manos en la tierra y recoger el fruto de lo que sembramos. Pero para eso hay que vivir, y es todos los días. Qué loco hablar de esto, ¿no?
Que disfrutes la edición de noviembre, que invita a experimentar.
Más siesta…
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