Aunque no sepamos a ciencia cierta por qué, ni para qué; hay que “apechugar”. Al calor y al frío, según nuestra ubicación en el mapa; a los desbandes de políticos y económicos, a la gran carencia de valores, a la moral escasa, al cambio climático, y qué sé
yo a cuantas cosas más.
No nos queda otra que poner el pecho y tirar para adelante. Sólo el Cielo sabe qué saldrá de todo esto. Mientras tanto, mientras esperamos que aclare, porque siempre que llovió paró, lo que mejor podemos hacer es estar conformes con nosotros mismos. Sentirnos contentos con la clase de personas que somos. Orgullosos de nuestros actos. Que los demás actúen como quieran, nosotros, las personas de bien, tratemos de hacer lo que consideremos mejor con nues- tras vidas. Si podemos dar una mano, démosla. No nos privemos de ayudar, de ser honestos, buenos amigos y buenos ejemplos para los demás.
Porque lo más importante es estar en paz con uno mismo. Y en paz con la vida. Para eso no son necesarios estudios especiales ni cuentas bancarias considerables. Estar en paz con la vida es algo que no tiene precio. También es sembrar con la certeza de que la cosechaserá buena. Entonces, tratemos de que no nos inquieten tantas tribulaciones.
Veámoslas como alguna especie de mal necesario, que está entre nosotros para rescatar los mejores atributos de cada uno. Y mientras esperamos que pase, tratemos de no permanecer solos. Juntémonos con otras gentes de bien.
No para filosofar sobre la vida y sus amarguras. Solamente para compartir unos momentos de alegría y felicidad. Que es mucho decir. Así, juntados los «buenos» podremos aumentar esas vibraciones de buenas ondas que tanta falta hacen. Y compartiendo ideas, y apoyándonos, es muy probable que consigamos a corto plazo que un aire nuevo, vivificante, entre en circulación y arrase con todo lo indeseable.