Las emociones son parte de nuestra naturaleza, al igual que los pensamientos. Son reacciones psicofisiológicas, afectan al funcionamiento del cuerpo y de la mente, del organismo y el comportamiento; impactan al sistema integral que constituye a cada ser humano.
El cuerpo es quien refleja las emociones. Lo queramos o no. Cuando hay miedo, por ejemplo, involuntariamente pueden aparecer palpitaciones, sudor, ansiedad; es decir, estados que se nos presentan en forma automática e irracional, mientras decidimos “qué hacer con eso”, mientras vamos “viviendo”.
Venimos con una historia limitante del tipo “los hombres no lloran”, “las mujeres son histéricas”; mandatos crueles, que sesgan y bloquean emociones y sentimientos. En contraposición ¡cuán sanador es nombrar, escuchar al cuerpo y permitirse sentir, comprendiendo que ese acto, concretamente, promueve una buena salud mental, física y emocional!
Entiendo que atravesamos situaciones que parecen desconectarnos y convertirnos en “productos” que toman decisiones en base a un modelo, que responden en función a lo que se espera, en lugar de vivir como seres que se sienten parte; para poder así actuar en forma auténtica, conociéndose y aportando o apostando, a una vida en una sociedad que pueda transformarse para disfrutar de un modo sostenible, sano y coherente.
Las emociones son automáticas: generan una respuesta del cuerpo, que viene a “ayudarnos” a responder al entorno, y a comunicar nuestro estado al interactuar socialmente. Pero ¿a qué nos acostumbramos? A mirar qué grita el cuerpo y a callarlo con unas cuántas muletillas: pastillas, enojos, redes sociales, exceso de trabajo y actividades sin descanso. Concluimos así en un circuito que deja afuera el poder sentirse mejor, sanar un dolor o aprender a aquietar una emoción desagradable. De esa forma estamos negando la existencia de algo real que nos ocurre y modifica, negando y minimizando nuestra participación y responsabilidad en lo que decidimos a cada momento.
Puedo ver que si no me permito sentir y aceptar mis emociones, al rato se expresan en el cuerpo; consecuencias muy concretas y felices, o no felices.
La búsqueda del equilibrio incluye, obligatoriamente, el desarrollo de la observación, de la autoobservación constante, con disciplina, voluntad, amabilidad, paciencia, compasión… ¿Para qué? Para dormir tranquilo, para disponer de energía cuando las cosas que nos ocurren requieren templanza, valor y entrega; para caminar sin dolores y construir una mente ligera, cuyas conexiones produzcan respuestas del cuerpo más sanas.
Se cosecha lo que se siembra, construir hábitos con humildad no es apretar un botón o seguir una receta, es querer sentirse bien, accionar hacia eso, buscar sincera y profundamente, sin comprar ni vender humo.
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