Cuántas veces hemos oído la desafortunada frase: “La ciencia ya no tiene más nada que hacer por usted”…
Cuando mi hija mayor tenía 17 años, padecía de anorexia. Un amigo me llamó para decirme que su padre recién llegado de Brasil quería verme, don Héctor tenía habilidades de sanador.
Don Héctor tomó las manos de mi hija, para pasarle energía, era el último recurso que me quedaba antes de su internación. Cuando llegamos a casa lo primero que hizo ella fue abrir la heladera diciendo que tenía hambre (!!!!!!!), y a partir de allí su vida se normalizó.
Fue solo eso, tomar sus manos y rezar un “Padre Nuestro”. Antes de volver a su país para seguir atendiendo en su Instituto. Don Héctor me regaló un libro: “Asombrosos secretos de curaciones psíquicas” de dos autores norteamericanos Benjamín O. Bibb y Joseph J. Weed, Leí el libro y luego durmió en mi biblioteca por años, hasta que un joven empleado mío, Eloy, muy preocupado, me cuenta que su mejor amigo había contraído meningitis y estaba internado en terapia intensiva en un hospital de Bariloche. Sentí la necesidad de ayudar. Entonces recurrí al libro. En uno de los capítulos trataba de cómo proceder con la imaginación para “curar” a distancia. Si solo se trataba de usar mi imaginación, nada había para perder. La técnica era así: Para comenzar se trataba de establecer una conexión con su “ser superior” (el de la persona), disponiendo de un teléfono “imaginario” para pedirle permiso en tratar de curarlo. En segundo lugar, conocer el nombre completo de la persona, fecha de nacimiento y para este caso, averiguar el hospital donde se hallaba internado, piso y cama.
Hacer una operación mental significa seguir ciertas técnicas descriptas en el libro, usando los dedos como bisturí y fluidos provenientes del sol en una aceitera imaginaria y luz azul también imaginaria calmante y cicatrizante. Realicé todo el procedimiento descripto, todo. Hasta un zurcido mental al finalizar. Esto lo hice a las 17hs.
Ni bien termino con la meditación me llama por teléfono mi empleado diciendo que su amigo había salido del coma y sus padres lo estaban por trasladar a Buenos Aires. Creer o reventar aunque en ese momento se lo atribuí a la casualidad…
Al poco tiempo recurrí nuevamente al libro, pero esta vez por mi madre. Ella tenía artrosis deformante en sus dedos de las manos, no soportaba los dolores y los calmantes ya no producían efecto alguno. En el capítulo 3 estaba el procedimiento que consistía en “desarmar” imaginariamente los dedos de la mano y con un papel de lija “imaginario” pulir las articulaciones quitando unas adherencias parecidas al sarro de las canillas. Una vez pulidos los huesitos había que “armar” nuevamente la mano, aceitar con el fluido dorado proveniente del sol, reponer el tejido sobre los huesos, tendones, venas y arterias para finalmente colocar la piel. (Todo un ejercicio de la mente que requiere en verdad mucha concentración).
Cubrir todo con luz azul cicatrizante y calmante, luego alejarse y no pensar más.
A mi madre no solo se le calmó el dolor de las manos, sino que al cabo de unos meses sus dedos lucían derechos y hermosos, siempre tuvo manos de pianista. Empecé a creer en los relatos del libro y lo continué usando con muchas personas. Hasta que un día, mi novia enfermó de cáncer y aunque usé todas las recetas del libro no pude curarla y nuevamente el libro fue a parar al estante de mi biblioteca, no lo volví a usar más.
Pasaron varios años y mi curiosidad me llevó a aprender radiestesia con el Padre Ricardo Gerula. Comencé a usar el péndulo para encontrar perritos perdidos en un mapa, comprobé que funcionaba. Trabajé con un médico amigo, para hallar con exactitud los remedios homeopáticos correctos para determinadas afecciones. Hasta que un día me encontré con la persona que aclararía mis dudas, fue un domingo en el Bahuen Hotel. Un señor con un pequeño péndulo de bronce hacia escribir a la gente en un papel para luego pasarle el péndulo. Se persignaba y apoyando su mano en el papel, le hacía “imposición de manos”. Me sorprendió ver que muchos lloraban y luego se despedían con un fuerte abrazo.
Una vez que el público fuera atendido, giró la cabeza para observarme y me dijo: –¿Esperas una respuesta?– Tímidamente asentí con la cabeza y entonces me llamó, pidió que escriba mi nombre completo en el papel y luego efectuó la misma rutina que con los demás, continuó diciéndome: –Hiciste lo que pudiste con tu novia, pero no fue suficiente, te faltó asistencia espiritual–. Mientras decía esto señalaba para arriba. –¿Qué debo hacer? –dije. Contestó: –Seguir aprendiendo a usar el péndulo que en algún momento los de “arriba” se van a manifestar y a partir de allí tendrás la autoridad espiritual.
Esta persona, Eduardo, actualmente es mi mejor amigo. Pasaron varios años de enseñanza y práctica hasta que un día, un 8 de diciembre, día de la Virgen, desperté con algo que pinchaba mi pierna, suponía que era una moneda y la tomé con los dedos. Era una pequeña medalla de la Virgen de la Medalla Milagrosa, escrita en latín. Jamás tuve algo así en mi casa, no sé cómo llegó a mi cama porque yo vivo solo. Corrí al teléfono para preguntarle a Eduardo: –¿Esta materialización es la señal..? SSiií –dijo– Bienvenido al club!!!
Eduardo acompañó al Padre Mario Pantaleo durante 9 años y siguió sus consejos de estudiar parasicología y hacer lo que hace ahora; ayudar a sanar gente de todo el mundo. Esto lo logra valiéndose del «Skype» y no hay distancias ni fronteras, actúa tanto en personas como en mascotas.
Es creer o reventar.
(Este párrafo es parte del material de mi próximo libro: “Sanación y/o milagros”)
Ing. Guillermo Marino Cramer
Autor del libro:
“Crónica de un viaje a lo desconocido”
Email: skyjetar@gmail.com
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