Cuerpos bloqueados, gargantas atrancadas, voces sitiadas, movimientos encorsetados. Los efectos del stress acumulado están allí. Cada bloqueo esconde una tensión. Cuando la molestia se hace insoportable viene la necesidad de disolver la maraña de nudos.
Cada impacto de la vida, por más mínimo que sea, genera algún tipo de tensión muscular. Estas tensiones suelen estar acompañadas de emociones profundas que oficiaron como motor del nudo tensional. Alojadas en algún espacio de ese entramado quedan allí guardadas hasta que algún movimiento interno las hace conscientes y vuelven a ser perceptibles.
Advertir el germen de esa trama es un acto muy esclarecedor.
Cuando reprimimos un impulso naturalmente asociado a una intención, deseo o propósito, ese stop llega a un músculo y le da la orden de no soltarse. Las fibras se endurecen y permanecen sujetas al control del yo hasta una nueva orden. Si la represión continúa, el impulso es eliminado. Esto es así cuando hay un conflicto y no contamos con herramientas para liberar una respuesta psíquica o física adecuada que intente resolverlo. A veces el contexto condiciona, la presencia de un vínculo o los propios pensamientos. El alivio sólo es posible al relacionar esa zona de tensión cronificada con el contexto, vinculo o creencia limitante que aprisiona algún deseo, sentimiento o emoción.
Cuando conscientizamos el entramado muscular que duele, recomiendo masajear, mover, presionar esa zona que pide atención. Luego o simultáneamente, apuntar a la dimensión afectiva visualizando situaciones que han producido esas molestias o endurecimientos.
El registro de nuestras zonas crónicamente tensionadas es una de las estrategias más eficientes para sanar conflictos porque cada lugar de nuestro cuerpo expresa un mensaje determinado.
Para hacer frente a las situaciones de estrés que las han generado primero debemos tomar consciencia de ciertos mecanismos que repetimos y nos lastiman, esto nos va a permitir fortalecer nuestro poder de discernimiento a la hora de observar los primeros indicios de estas experiencias que nos dañan. De modo que para gestionar la activación fisiológica de estas tensiones devenidas en corazas es necesario mucha auto observación.
Las señales de amenaza suelen ser invisibles durante la primera parte de nuestra vida, prácticas habituales de violencia, invasión, maltratos varios, se convierten en hábitos. Sin embargo no reparamos que dejan huella en el cuerpo desde lo físico y lo emocional. En cada parte de nuestro cuerpo contamos con información que hemos recibido de padres, abuelos, y muchas generaciones pasadas. Somos un tesoro que contiene mucha información que a veces decodificamos y a veces no. Constantemente esta información está siendo afectada por nuestro intercambio con el entorno.
Mientras tanto, dentro nuestro, hay mucho movimiento y de acuerdo a esos impactos suceden equilibrios o desequilibrios internos dentro de una amalgama entre lo físico, emocional, mental y espiritual. Ser conscientes de todo esto y actuar en consecuencia, es una tarea que merece un trabajo de indagación intensa y fascinante. Subrayo la idea de fascinante porque adentrarnos en lo que duele es una travesía hacia las profundidades de nuestro ser, es un proceso de escucha interior que conduce a cambios, muchas veces revolucionarios.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
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