El cuerpo es un instrumento de expresión de lo que sentimos por dentro.
El lenguaje de los sentimientos es el vínculo que aúna todos los seres.
Sabemos por propia experiencia que una caricia en un momento de amargura es un bálsamo para el dolor, y que hasta los pensamientos más sombríos pueden disiparse en la calidez de un largo abrazo.
Las palabras amorosas nos envuelven, reconcilian y alumbran en los instantes más oscuros de la vida, acaso porque el amor nunca envejece y siempre nos asombra: es universal, hace desaparecer el tiempo de espera, nos coloca en el presente.
Probablemente el primer gesto de amor nace en el momento en que una madre amamanta a su hijo. Y de alguna manera, en nuestras manifestaciones afectivas cotidianas recreamos esa dinámica emocional y física de íntima conexión que tuvimos con el cuerpo materno y que nos permitía nutrirnos y disfrutar al mismo tiempo.
Pero así como el bebé necesita seguir succionando más allá del alimento, a cualquier edad nosotros necesitamos intercambiar afecto. Cuando eso no se logra plenamente suelen buscarse sustitutos recurriendo a otros comportamientos orales, como fumar, beber alcohol, tomar drogas o comer y hablar excesivamente.
Podríamos decir que los contactos afectuosos que experimentamos nos remiten a la memoria subyacente de esa primera relación.
Y, lógicamente, cuanto más tierna y equilibrada fue esa relación, más satisfactorios serán los contactos actuales.
Kala Cabestani