Dejar hablar al silencio

Parecería que a todos nos atacara una especie de incontinencia verbal, opinamos de todo y de todos; nos quitamos la palabra de la boca, y cuanto más hablamos, mejor; menos escucho lo que tiene para decirme el otro. Ensimismados vivimos en un nuestra propia charla.  Qué distinto del silencio reparador que ponderan algunos sabios. Es que en esta parte del mundo nos gusta tanto el sonido de nuestra voz que nos volvemos verborrágicos.  Hasta hay quienes piensan que quedarse callado un rato es como estar «en penitencia». Sin embargo, es muy provechoso detenerse unos momentos, aquietarse, apartarse del mundo y entrar en el silencio. Sin pensar, alejando lo que nos preocupa, solamente parando la máquina para juntar nuevas fuerzas. 
Te recomiendo que intentes un día de estos tomarte unos minutos sólo para vos, como para recomponer tu cabeza y darte cuenta de dónde estás parado. Verás que surte efecto y que te entusiasma tanto cómo te sentís después, que pensás en repetir la experiencia. Por poco que haya durado. Porque al aquietarnos funcionamos de otra manera, nos reencontramos y nos reconocemos como si fuera la primera vez. Yesos pocos minutos funcionan como disparadores de emociones nuevas, de sentimientos más grandiosos, de nuevas ideas.
Es importante que aprendamos a reconocernos, a saber cómo funcionamos y quienes somos realmente. Porque durante todo el día nos manejamos dejándonos llevar, y nos olvidamos de lo que llevamos dentro, lo que nos contiene, de ese ángel armonioso que
Realmente que también somos y que permanece agazapado, esperando que lo recordemos. Y todos sabemos que está ahí, a flor de piel pero olvidado. Resulta interesante mantener una charla con él. Escucharlo y pedirle consejo, también pedirle que se manifieste en nuestra vida, que sea él quien hable por nuestra boca. Da buenos resultados, porque todo sirve, todo ayuda en estos tiempos turbulentos, cuando intentamos superarnos y ser más felices.

Marta Susana Fleischer

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