Ángeles y dragones

Cada quien tiene lo suyo, cada uno con su bagaje de experiencias y su forma particular de entenderlas.

Así, de los mismos padres nacen hijos diferentes, que entienden un mismo hecho de distinta manera.

Todos representando eso que somos, como podemos.

Como ya te habrás dado cuenta, no resulta nada fácil llevar adelante una vida. Y generalmente los demás nos dicen lo que debemos hacer, pero -siempre- tan solo hacemos lo que podemos. Y aunque lo que se hizo sea poco o muchísimo, siempre hicimos lo que pudimos.

Porque todos tenemos dragones que vencer en las experiencias que enfrentamos. Siempre hay un dragón, que va tomando distintas formas: a veces se disfraza de enfermedad, a veces de soledad, otras nos quiere vencer el dragón de la injusticia, o el del miedo; como un monstruo que va cambiando y tomando distintas formas.

Cada uno con su dragón. Y solamente cada uno sabe dentro suyo cuánto le cuesta vencerlo. Hay que estar en el interior de una persona para saberlo.

Siempre, desde que nacemos, estamos enfrentándonos a pruebas. Parece que esa es la única forma que existe para superarnos y crecer.

El tema es que, de tanto matar dragones, llega un momento en que uno se encuentra cansado. Y ya no quedan ganas de luchar más.

Puede que ese sea un momento clave en una vida. Como si fuera una bisagra que nos indica que ya tenemos que cambiar de rumbo. Y en lugar de buscar dragones que vencer, dejarnos llevar. Dulcemente, confiadamente, dejarnos llevar por la vida y que ella misma nos marque el camino a recorrer.

A veces sucede luego de una mirada introspectiva que nos hace preguntarnos para qué seguimos luchando. Hay muchos momentos que nos conducen a ese cambio que luego resulta fundamental. Lo ideal es que nos demos cuenta a tiempo, cuando todavía tenemos “cuerda”.

Son muchos los que cuentan que cuando dejaron de buscar dragones que vencer, se dieron cuenta que sus monstruos eran ángeles. Bondadosos ángeles que mostraban caminos posibles y enseñaban.

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