Estallidos e implosiones
Andamos como embotados. La vida adormecida actúa como protección. Lo que nos “despierta”, por momentos, es el impacto del enojo. Fugitivos de algunas circunstancias que no salen como lo deseamos, nos dejamos llevar por cierta intolerancia ante imprevistos, nos ahogamos en disgustos sin advertir que todo es susceptible de solución si aprendemos a encontrar el valor de cada momento.
La intolerancia es sinónimo de intransigencia, terquedad, obstinación, testarudez por no admitir espacio para situaciones, pensamientos, aspectos de una realidad diferentes a la que se está presenciando. Las personas intolerantes suelen estar dominadas por prejuicios, es decir, juzgan en base a supuestos que tal vez nada tienen que ver con esas circunstancias y por eso son susceptibles de enojarse con cierta facilidad.
El enojo sin un buen fundamento genera mucho peso y, a veces, ocasiona tanta combustión interna que produce cuerpos prontos a estallar ante el mínimo roce con algún problema. Vamos convirtiéndonos en volcanes cuya lava se va enardeciendo poco a poco sin mucho registro de este proceso interno. Es así que aparecen “estallidos” o implosiones.
Tanta presión acumulada cuando suelta se convierte en un incontrolable caos que lastima los vínculos. La gestación de la intolerancia impacta sobre algo muy preciado: la amorosa conexión con el otro, la fluidez y la escucha.
Cuando hay obstáculos en la creación de lazos, laten pujantes los corazones, las voces elevan su tono y se desliza una fenomenal sacudida de todo el cuerpo. Los músculos se agarrotan por las tensiones y debajo de las plantas de los pies emerge el temblor de un terremoto. Nos apoyamos sobre una base que no nos sostiene porque vivimos un desequilibrio interno y vincular. ¿Qué hacer? Detenerse y percibir, regular el impulso, atender más las sensaciones que los pensamientos. Tomar conciencia del impacto de ciertas palabras. La impaciencia genera anillos de tensión y obstruye los pasajes por donde circula el aire. La percepción del tiempo adquiere velocidad. Un intolerable desorden toma posesión de los sentidos. De modo que es hora de registrarse, de recuperar esa parte purísima de sí mismo que da lugar a la pausa, que desacelera, que nos permite volver a mirarnos desde otra frecuencia.
Caminemos con naturalidad sobre la tierra, busquemos deslizar los pies fácilmente, libremos lo que obstruye nuestra intuición para abrirnos hacia lo que despeja, como se abren y desenroscan las hojas de los helechos. Detengámonos y calibremos nuestras sensaciones para poder aunar sensación, mente y acción y canalizar emociones de manera beneficiosa para uno y para el otro. La vida es muy valiosa y se percibe plena si podemos advertir los pequeños detalles, el sentido lo de lo cotidiano en el aquí y el ahora. Parece sencillo pero tiene un quantum importante de complejidad.
Solo eso.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
espacioatierra@gmail.com
/Espacio a tierra