La familia, la televisión y los amigos de Walter le enseñaban que debía ser “valiente” y “someter” en cualquier escenario de su vida cotidiana. Sin embargo, cada vez que alguno de ellos expresaba este tipo de consejos, a él le dolía el estómago. Peor aún, cuando su padre, su abuelo o su hermano se lo recordaban susurrando cerca de su oído, le entraba un ahogo profundo que no lo dejaba respirar.
En su casa el cinismo de los hombres era elogiado y los modos groseros halagados. Vivía atrapado por la insistencia paterna y, a veces, materna, de mostrar una imagen poderosa. Pero Walter no deseaba habitar un cuerpo dispuesto a defenderse con armaduras y durezas todo el tiempo, un cuerpo preparado para generar atmosferas de suspenso en el ambiente o para buscar la subordinación o la intención de dominar.
Andaba confundido por creerse equivocado al no adoptar los modos de ser varón como le habían enseñado. Disentía con una imagen masculina asociada a lugares de poder y dominación y más con el uso de la agresividad como recurso para obtener ese poder.
Walter era tímido y su mirada agazapada intentaba esquivar la prepotencia y superioridad. Apenas utilizaba sus modales suaves, sus actitudes orientadas a la no violencia, la consideración de las mujeres como pares, se lo juzgaba como “no hombre” o dudaban de su heterosexualidad. Y al advertir esas valoraciones se enrojecía o tartamudeaba y, automáticamente, deseaba estar en otro sitio, lejos de allí.
-“Tenes que encarar a las minas, dale pibe”– le insistía el padre. Pero Walter, se decía internamente “No puedo». “Así, de esa manera, no puedo”
Existen muchos hombres como Walter con atributos desacordes a aquellos que impone el patriarcado. No es difícil reconocerlos, se muestran y actúan con gran sensibilidad y manifiestan rasgos poco “aceptados” dentro de la cultura machista. Lo cierto es que Walter soportaba los juicios estoicamente y no lograba comprender por qué había nacido diferente a los demás. Afortunadamente pudo encontrar a otros pares que sufrían esa tensión al sentirse observados y que también inhibían su otra masculinidad. Al unificar intereses y advertir esa sensibilidad compartida, logró empoderarse, admitir la diferencia y, fundamentalmente, no considerarse como “raro”. Ya no pasaban inadvertidas sus opiniones, ya no evitaba el contacto visual con aquellos que lo criticaban. El caso de Walter es uno de los tantos afectados por la discriminación patriarcal hacia los hombres. Ciertos niños y jóvenes que adoptan una virilidad no hegemónica acumulan toneladas de enojo porque carecen de recursos para manifestar la diferencia. Sin embargo otros, poco a poco logran expresarse sin condicionamientos. Cuantos bailarines, músicos, escultores, fueron prejuzgados por su cuantiosa sensibilidad en sus obras, gestos, movimientos y discriminados por ser hombres diferentes a la versión hegemónica.
La posibilidad de dar espacio para que muchos hombres puedan vivir la propia masculinidad en libertad depende de todos nosotros. Uno de los modos de colaborar con esto es estar atentos a los mensajes de los medios, a los estilos de crianzas y a la identificación de prejuicios que subyacen a una cultura patriarcal cotidiana que apunta a formar “machos dominantes” o que solo legitima una virilidad asociada al gusto por el futbol, a la imagen del “recio seductor” y desvaloriza la virilidad de los hombre sensibles, tiernos o afectuosos<
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
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