DIABETES

Preguntas para una sociedad que NO cuestiona

Con la iniciativa de escribir este artículo nació la inquietud sobre el servicio. ¿A quién puede ayudar? ¿Sobre qué aspectos se puede echar luz? ¿Qué nuevas preguntas podemos hacernos para acompañar a la población sobre la que hablamos hoy?
Desde mi lugar como divulgadora, cocinera y pastelera que eligió trabajar también para la población con diabetes, quisiera hacer preguntas que nos ayuden a ver este problema de salud más allá de los valores clínicos, las mediciones diarias y las estadísticas.
La medicina no deja de avanzar y abrirse de manera funcional a líneas de estudio que ya no implican sólo laboratorios o dispositivos de medición asombrosamente efectivos, sino miradas atentas sobre la gestión del estrés, la incidencia en lo vincular, el hábitat de los pacientes y los patrones comportamentales, hasta aplicaciones holísticas como acompañamiento de los tratamientos alopáticos. 
Tenemos allí un buen punto de partida para hablar de diabetes más allá del consultorio.
Pero ¿Hablamos de la diabetes en todos sus aspectos? ¿Nos hemos puesto a reflexionar lo suficiente sobre la experiencia más inmediata de lo cotidiano? 
¿Alguna vez hemos debatido cómo asfaltar prolijamente ese camino de ripio que va desde el consultorio del nutricionista hasta la cocina de casa, a buscar cómo sortear ese abismo entre el plan nutricional y las manos sobre la mesada?
Pongo esto bajo la lupa como pongo, también, el impacto de una comida familiar en donde el diabético es mirado de reojo -o no- cuando se sirve una segunda porción, o cuando después de tomar su Metformina come la misma torta que todos los demás al momento de brindar. Nunca falta alguien que comenta con desdén frente a esta elección -o tentación- y desestima el esfuerzo de otros momentos, porque “al final cuando nos juntamos comes cosas con azúcar”.
Me refiero con todo esto al impacto social de no hablar de la diabetes como diabéticos.
Hay un sufrimiento en silencio, y sensaciones angustiantes que muchas veces no toman la forma de la palabra, porque la misma angustia lo impide, o por falta de recursos de comunicación, pero si pudieran, quizá muchos dirían “por cada vez que digo que sí a una porción de torta, dije que no a otras nueve”? 
Hablemos. Digamos. Expliquemos. Definitivamente en este caso el silencio no es salud. 
Tenemos una alarma que molesta, y es necesario apagar. La Federación Internacional de Diabetes informa que en el año 2021 se concluyó que el 10,5 de la población mundial padecía diabetes, el 50 % de esa población no lo sabía. 
Los números han escalado por lo cual esa alarma sigue sonando.
Pero hay algo que preocupa aún más. La diabetes tipo 2 en nuestro capital social más importante -la franja etaria de jóvenes y adolescentes- aumentó un 60 % en casi tres décadas.
La divulgación de datos duros a los que sin duda hay que atender para pedir apoyo gubernamental, para darle espacio en las currículas escolares, para buscar financiamiento en nuevos estudios, ¿levanta la voz lo suficiente como para llegar a la población que no padece la enfermedad? En lo personal considero que no. 
La pregunta obligada es: ¿Y, por qué necesitaría la sociedad no diabética conocer aquellos datos y tener presente información sobre la enfermedad? Pues porque, sencillamente, llegamos a la imperiosa necesidad de poner la mirada y la acción en prevenir, más que en sanar.
Porque así como el diabético calla en lo social (oculta su enfermedad o se esconde para inyectarse insulina) también la enfermedad calla en el cuerpo hasta que cada sistema se encuentra deteriorado.
En el marco de la prevención entra la educación que se teje lentamente, y se basa en enseñar a comprar, cocinar y comer de una manera distinta. Ya sin silencio, hablando en familia, entendiendo esto como una batalla de todos, porque no es que cocinamos para el que tiene diabetes en la familia, sino que prevenimos para todos; rompamos el silencio que nos enferma, hablando de proteínas, de hemoglobina glicosilada, debatiendo modelos de influencers que hablan de actividad física y proyectando el tipo de vejez que quisiéramos tener.
Todavía nos queda la mesa familiar, un espacio seguro donde instalar estos temas y propiciar actividades grupales para enfrentar esto aunque no haya llegado, para anticiparnos sabiendo, porque si llega todo será más difícil.
Y todavía nos queda la cocina, ese lugar que sigue siendo centro de tradición aunque los ravioles y el flan del domingo pasen a ser elecciones más saludables y conscientes.
La dieta del paciente diabético es una dieta saludable para todos, va más allá del pollo con zapallitos y puede ser,  también, muy amiga del placer de comer.
Basta con curiosear en los lugares donde nos venden sabores, condimentos, amplia variedad de vegetales; con aprender sobre las distintas cocciones de un mismo producto, que también implica texturas distintas; con incorporar de a poco la economía de esta cocina saludable, el uso del freezer para optimizar recursos de tiempo y dinero, y encontrar disfrute en la elaboración del propio alimento, no solo en el momento de comer.
Los invito a bucear un poco más profundo y a comprometerse con la salud de todos desde el poderoso lugar de quien se hace preguntas. 

Por Valeria Parisi
Fundadora de Vale Parisi
Ig @vale_parisi 

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