Mi corazón se relaja en septiembre. Comienzo a sentir que ya “atravesé” el año, como si la incertidumbre de marzo “aflojara” en primavera. Digamos que esto es solo una sensación – y bienvenida sea-, porque lo cierto es que estamos acostumbrados a andar a los tropezones durante todos los meses del año, un “sinfín Colapinto”, podría decirse: con todo para ganar y el tiempo en contra, con todo para perder y el viento a favor, y esa meta que parece correrse a cada paso…
Es el último tramo del año sí, pero como argentinos seguimos sintiendo ese qué sé yo de pena, de no saber qué nos deparará, tan nuestro. Tan afines a lo inesperado que somos, que en el fondo creemos que todo se arreglará, y lo mejor es que, muchas veces, así es.
Es que estamos seteados genéticamente para sentir esperanza, y creo que eso nos ha permitido sobrevivir, y nos lo permitirá. Quizás fueron los ojos que más largo vieron los que llegaron a estas tierras, los que pudieron sobrevivir a guerras, barcos, miserias, pérdidas y desconsuelos, los que pudieron pisar este suelo bendito. “Qué importa apilarme en un conventillo de floresta si apreté mis dientes a la suela un zapato”, debía pensar mi bisabuela delicada y cultivada, venida de Estambul… llegada aquí cuando el mundo ardía en hambre y violencia.
Hace tan poco fuimos ellos, que cómo no vamos a ser súper hombres y súper mujeres, capaces de sobrellevar la prueba que venga y no rendirse. Porque nos caracteriza la esperanza y las ganas de reírnos juntos. Y ¡ojo! Somos más los que creemos que nadie se salva solo. No como frase politizada, sino porque es así.
El mundo nunca dejó de arder, pero está en nosotros el transformarlo en calor de hogar.
¿Y el título qué tiene que ver? Ah, es una canción de Charles Aznavour que si tenés ganas, escuchala en YouTube. Tan tierna, tan creativa, tan empática que te invita a reflexionar y comentar, a pensar en la realidad del otro que no siempre es la tuya: “Comme ils disent”.
Que disfrutes de la edición de septiembre.
Cecilia Andrada – Directora