La Menta es, ante todo, un aliado fiel del sistema digestivo. Pero también tranquiliza todo el sistema nervioso, incluido los nervios gástricos, lo que le permite suprimir las malas digestiones, aerofagia, flatulencia, malestares de estómago y dolores de cabeza, cuando estos trastornos obedecen a desórdenes nerviosos y hepáticos. Parásitos intestinales, diarreas, disentería, cólera, pueden aliviarse gracias a la acción antiséptica intestinal de la menta. Gran parte de la fama de la menta como digestiva, se debe a su acción estimulante de la bilis. Esta es una de las más destacables propiedades salutíferas y curativas de la menta: su acción sobre la secreción de la bilis que hace de esta planta uno de los más valiosos remedios de acción suave pero persistente. Para las enfermedades de la hiel: cálculos biliares y arenilla, inflamaciones de vesícula e hígado, pereza intestinal por insuficiencia biliar, y dentro de las enfermedades del hígado la menta es útil en los casos de congestión hepática o ictericia. Sobre las vías biliares la menta posee una demostrada y segura acción triple, como antiespasmódica, antiséptica y colagoga, debido a que el mentol se excreta no sólo por los riñones sino también por la bilis. La secreción de bilis se aumenta extraordinariamente tras la ingestión de menta: en los experimentos hasta 9 veces más. Por su calidad de nervina, antiespasmódica y colagoga, una infusión concentrada es también un laxante y suavizante intestinal maravilloso para personas nerviosas e intranquilas de todas las edades, especialmente si se toma en el desayuno. Pero si de algo tiene fama la menta, especialmente entre los habitantes del África mediterránea, es la de ser un excelente afrodisíaco.
“La Cultura de los Germinados” – Marc Ams
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