Obsolescencia programada y negligencia criminal

Un sistema que prospera en la destrucción de su entorno

Existe una frase popular que dice: “Errar es humano, perdonar es divino”. Sin embargo, en la era de la rentabilidad programada, hemos cruzado una línea de no retorno. Hemos transitado de una sociedad que acepta los errores como humanos, a una sociedad deshumanizada y profundamente negligente que usa el error como bandera de rentabilidad. Esta negligencia no es un simple descuido, sino la base de un sistema que ignora las consecuencias de sus acciones. En su forma más extrema, esta omisión consciente se convierte en un crimen. “Negligencia Criminal”, se llama.
La estrategia de la destrucción no es un accidente, es negligencia criminal. Es el resultado de un sistema diseñado para el beneficio de unos pocos en perjuicio de todos los demás, un sistema que ha encontrado su máxima expresión en la “Obsolescencia Programada”. Este ardid, concebido en el siglo XX, convirtió la vida útil de los productos en una cuenta regresiva. Los productos se diseñan para fallar, haciendo más rentable comprar uno nuevo que repararlo. Es una estrategia de ventas brillante, pero una idea catastrófica para el planeta y sus habitantes. 
La obsolescencia programada no solo mata a los productos por capricho y rentabilidad, si no que convierte el planeta en un vasto cementerio de chatarra. La huella de este modelo es tangible y letal. Toneladas de químicos tóxicos que asfixian nuestra atmósfera y nuestros mares, plásticos que invaden nuestros océanos y micro plásticos que contaminan nuestra sangre y nuestra tierra. No son «daños colaterales», son el resultado deliberado de un sistema que prospera en la destrucción de su entorno. 
Gigantes corporativos han orquestado esta devastación a lo largo de un siglo con total impunidad. Han convertido el fraude en un modelo de negocio y la ley en un escudo para sus crímenes. Nuestros tribunales, en lugar de ser un faro de equidad, se han vuelto cómplices de las corporaciones al legitimar este saqueo. Son los arquitectos impunes de un sistema de muerte lenta y programada.  Convirtiendo al “ecocidio” en un daño colateral aceptable. 
Es tiempo de exigir la obsolescencia instantánea de este sistema y de su ideología destructiva. No solo la obsolescencia de su sistema, sino la de su impunidad y sus crímenes de lesa humanidad. La justicia que buscamos no está en sus tribunales corruptos ni en sus legisladores complacientes y cómplices. Está en la conciencia colectiva, en la revuelta de quienes nos negamos a ser parte de este sacrificio y nos oponemos a esta estafa piramidal. 
Para que un futuro florezca, es imperativo enterrar nuestras pesadillas. Y la peor de nuestras pesadillas es la impunidad. El camino para cambiar las cosas comienza en nuestra propia casa, en nuestras decisiones cotidianas y en nuestra disposición a alzar la voz. La solidaridad, la empatía y la responsabilidad no son conceptos abstractos; son las únicas herramientas que nos quedan para romper este ciclo de depredación. 
Este sistema corrompido es un cáncer que consume nuestra Tierra y a todos los que viven en ella. Es hora de que se termine, y con él, su ideología. El consumo saludable y responsable, junto a las demandas de calidad y sustentabilidad son impostergables. De nuestro consumo depende nuestro futuro.

Por Ignacio Conde
iconde@fyn5.com

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