¿Quién puede detener a un dios?

“Cuánto se necesita para ser feliz?” me preguntaba esa tarde disfrutando del solcito que entraba por la ventana, ya que en ese momento completo no me hacía falta nada.
Luego alguien encendió un televisor e, instantáneamente, quedaron atrás la naturaleza, el momento de encanto…
Me puse a hurgar en la biblioteca y rescaté algo al respecto. En el libro “La cuarta dimensión”, su autor Bob Frissell dice lo siguiente:
“Nuestra progresiva dependencia de la tecnología es lo que, en primer lugar, creó nuestro problema. De hecho, cuanto más avanzados nos hacemos tecnológicamente, más ignorantes nos volvemos. Nos estamos separando cada vez más del Espíritu único y nos estamos debilitando. Nos hacemos más débiles a medida que centramos nuestro poder en la tecnología, es decir, en los objetos externos. Nos volvemos dependientes de tales objetos hasta el punto en que ya no somos capaces de hacer nada por nosotros mismos. De igual forma nos habituamos a obedecer a la autoridad exterior.”
Y creo que es verdad, nos debilitamos. Olvidamos la esencia de lo que somos y ponemos afuera las causas de nuestras desdichas y derrotas.
Por eso suceden los desastres que padecemos en todo el mundo. Somos las víctimas de nuestros errores, como consecuencia del olvido de lo poderosos que somos.
Siempre me gustó llamarnos “dioses en acción”. Porque considero que es lo que efectivamente somos. Dioses aprendiendo, dioses que olvidaron. Hay muchos intereses centrados en evitar que recordemos, porque: ¿quién puede detener a un dios?
Nos infunden gigantescas cuotas de miedo, para que -cada vez más- nos alejemos de nuestra esencia real. No nos confundamos, la tecnología en sí misma no es mala. Bien usada es un instrumento más que facilita las tareas, nos comunica y da confort.
Lo que nos entorpece es la dependencia de la tecnología. El uso de la tecnología como medio y a la vez como único fin. Nos entorpece ocuparnos en creer que los últimos “chiches” solucionarán nuestros problemas, mientras continuamos alejados emocional y sentimentalmente unos de otros.
Olvidados de las premisas básicas que nos llevan a crecer, como la solidaridad, la compasión, el conocimiento de lo libres y poderosos que somos; la absoluta falta de ataduras con que fuimos creados, y la carencia de límites para el conocimiento de nuestro verdadero ser.
Hoy día el planeta ya no está como era 100 años atrás, cuando todavía había tiempo para postergar lo esencial para más adelante. Hoy estamos al borde mismo y un pequeño pasito podría llevarnos al vacío. También podemos llamarlo salto en la evolución. Hemos desoído todos los toques de atención, y estamos aquí: parados en ese borde y mirando para atrás, para ver a quién le echamos la culpa de lo que nos pasa.
Es el momento de crecer, de hacernos cargo de nuestras responsabilidades en lo que nos sucede. Es el momento de recuperar el poder interno individual, de rescatar ese poder y ponerlo en marcha para reparar tanto daño.
Con voluntad se logra: “Pide y se te dará”. Recordemos que lo esencial es invisible y recuperemos al Dios que somos.

M.S.F

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