Hay personas que seducen a través de su manera de hablar, de moverse. A mí me cautivan quienes lo hacen despacio, como en cámara lenta. Me gusta observar sus pausas y miradas. Dan lugar al silencio y a la escucha. Otras personas andan como volando, se dejan llevar por “el pensamiento maquinal”, su mente funciona cual espiral incesante, no se detienen, se vuelven compulsivas y cansan. Veo en ellos o ellas una ausencia de registro y eso limita su presencia. A veces me cuesta seguir la línea de su relato porque saltan de un tema a otro, no me miran y están muy centrados en sí mismos o sí mismas. Agotan. Estar presente es habitar el cuerpo, registrar cada partícula material o sutil de nuestra geografía desde el centro a la periferia y desde la periferia hacia afuera. Es demarcar la propia frontera buscando anclarse en el propio ser. Esto es enraizar. El enraizamiento es una fuerza interna física, emocional, mental, que se va adquiriendo durante diversas etapas de la vida, especialmente, cuando se toman decisiones importantes, esas que conducen al crecimiento personal. En esos momentos se percibe un ir y venir entre la vida y la muerte, una mezcla de sensaciones y sentimientos a veces paradójicos que aparecen y desaparecen bajo distintas apariencias. La muerte y la vida encarnan nuevos ciclos. Lo que se desvanece y expira luego renace para reducirse de nuevo a la nada y ser concebido en otras formas. Se habita la plenitud tras experimentar una serie de muertes y renacimientos. Entregarse a esa dinámica conscientes de los miedos y fortalezas nos lleva a reconocernos como humanos desde la vulnerabilidad y el empoderamiento a la vez. El dolor se aleja y aparece de nuevo. Amar significa abrazar y, al mismo tiempo, resistir muchos finales y muchísimos comienzos, todo en la misma línea del tiempo. Estos momentos nos llevan a advertir la sensación de estar en el mundo, de poder existir y de identificar en qué instantes vivimos por fuera de nuestra presencia que, en definitiva, es vivir por fuera del propio cuerpo. Sentir la presencia constituye un instante que va más allá de la razón, se advierte una calma que nos aleja de conductas y decisiones maquinales, es decir de impulsos sin discernimiento. El cuerpo habla a través de la presencia. Aprender a entrañar sus códigos implica un trabajo de sutil y profunda labranza. Solo aconsejo la interacción con el adentro de manera fluida, un registro del sí mismo desde el cuerpo, la mente y el corazón. Un recorrido interno que enraíza y nos lleva a percibir una presencia poderosa.
Por Alejandra Brener
Lic en Ciencias de la Educación
Terapeuta corporal bioenergetista
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