Mi abuela era la persona que resolvía casi todos los problemas de salud que podía tener yo y mis 3 hermanos, era la que llamaba al médico y tenía largas charlas o discutía con él, claro, vivíamos en un pueblo de campo y era muy difícil conseguir los medicamentos.
Tenía seis años y por la cantidad de parientes que vinieron a mi casa supe que mi abuelo se estaba muriendo, tenía arterioesclerosis y no iba a pasar de esa noche. Yo estaba muy ocupado juntando hojitas de plantas en la huerta y colocándolas en frascos que había tomado sin permiso de mi padre de su laboratorio, él era químico y estudiaba medicina. Un pariente se acercó a mí con aire de preocupación y sorna para preguntarme en qué estaba tan ocupado, le dije que con esas plantas iba a curar a mi abuelo… Empecé a darme cuenta de las cosas que sabía mi abuela a los 17 años, recuerdo que íbamos a Mar del Plata en tren y ellas nos indicó, viendo a las vacas al costado del camino, que no estaban paradas pastando sino que estaban echadas en su mayoría, dijo: “Va a llover y mucho, que lástima, yo le dije a tu madre que este febrero sería lluvioso”. Sí, ese febrero llovió tanto que no pudimos ir un solo día a la playa.
Los rosales de mi tía eran comidos constantemente por las hormigas negras y no había manera de pararlo, había probado con todos los venenos pero desaparecían por un tiempo para luego reaparecer con más fuerza. Ella dijo: “Basta, me cansaron” le dio a mi tía directivas precisas de poner al pie de cada rosal las cáscaras de naranja que resultaran del postre, dijo que la parte blanca de la cáscara generaría un hongo venenoso que rápidamente terminaría con el hormiguero. Y así fue, no hubo nunca más hormigas en la casa de mi tía.
Una tarde el cielo se puso negro, venía “El Pampero”, hacia el oeste se veían los relámpagos que de a poco se transformaron en centellas. Eran como bolas de fuego que corrían de un lado para otro entre las nubes. Mirábamos a la abuela que permanecía en silencio viendo lo que se estaba preparando en el cielo. Se levantó un viento huracanado y las copas de los árboles se sacudían hasta tocar el piso. Ella intempestivamente se levantó de la mesa y nos dijo que cerremos todas las ventanas porque venía un ciclón, luego tomó un paquete de sal gruesa y corrió para el extremo oeste del terreno de donde estaba nuestra casa. Pude ver, con la luz de los relámpagos, que estaba tirando la sal en un solo lugar, estaba haciendo algo así como una cruz de sal en el piso, luego entró a la casa completamente mojada, estaba muy enojada y le preguntamos qué pasaba, nos dijo: “Por acá no va a pasar, se lo prohibí”. Creí que había enloquecido, pero al otro día vimos los destrozos en las casas de los vecinos; árboles caídos, granizo, etc. En nuestra casa… ¡Nada!
Con los años nos enteramos de que mi bisabuelo había sido expedicionario del desierto en la época de Roca, que fue capturado por los indios, vivido entre ellos y perdido una pierna. El Gobierno lo había premiado con tierras que nunca pudo tomar posesión y por su invalidez lo habían puesto de ecónomo en la Colonia de Menores Ricardo Gutiérrez de Marcos Paz, donde ahora está el penal. Mi abuela para poder ir al pueblo tenía que preparar un Sulky y salir a enlazar un caballo. Ella aprendió mucho de su padre que convivió con los indios en contacto con la naturaleza pero algo innato en ella era el don de la sanación ya que desde muy joven era requerida por alguien doliente que confiaba en ella.
Alguno de sus remedios que funcionaban:
– Espasmos bronquiales (asma): Friccionar pecho y espalda con ungüento mentolado o también puede ser: alcohol alcanforado, 4 pastillas en ½ lts. de alcohol, embeber ligeramente (no mucho) dos paños de algodón de 30×20 cm, calentar una plancha y pasarla por cada paño mientras se lo va plegando. Aplicarlo en pecho y espalda, luego a la cama.
– Estado gripal: se trata de que el enfermo transpire lo más que pueda: (esta es una receta que he leído de escritos de Mahatma Gandhi), calentar un vaso de vino tinto e ir tomándolo de a sorbos, luego meterse en la cama y taparse con varias frazadas. Se debe transpirar hasta mojar las sábanas.
– Fiebre, dolores de cabeza: colocar paños fríos usando un pañuelo y mojándolo en agua fría con una cucharada sopera de vinagre blanco diluido en 1 vaso de agua fria. Repetir por lo menos 3 veces.
– Insolación, golpe de calor: Ponerse en la cabeza una toalla de mano, con un vaso con agua dado vuelta para que se moje lentamente la toalla, todo esto se hace a las 12 del mediodía y al rayo del sol (igual de efectivo es tomar algunos gránulos de GLONOINUM 6 homeopático) el tratamiento termina al acabarse el agua del vaso.
– Cálculos biliares (para expulsarlos): Preparar una bolsa de agua caliente y en una botella de 600ml una mitad de jugo de limón y la otra mitad de aceite comestible, estando en ayunas de la noche anterior volcarse en la cama sobre la derecha, tomar el preparado de a sorbos con un intervalo de 10 min. Mientras se reposa con la bolsa de agua caliente apoyada en la zona del hígado. Ir cambiando la bolsa a medida que se enfríe, permanecer así el mayor tiempo posible (4 hs.).
– Tortícolis, dolores de cuello y espalda, lumbalgias: pasar barritas de azufre sobre la zona dolorosa.
– Ulceras varicosas, picaduras de insecto infectadas, especialmente en las piernas: baños con una infusión de romero (Ledum palustre); hervir agua con gajos recién cortados de romero, esperar que se enfríe y usar.
– Evitar el contagio de enfermedades gripales: colgarse del cuello una bolsita de tela conteniendo una pastilla de alcanfor. Hay otro sin fin de recetas y procedimientos que sería muy largo enumerar y difícil también de explicar. Los remedios de la abuela se empezaron a dejar de usar en mi casa después de que mi padre se recibió de médico y comenzó a estudiar homeopatía. Yo particularmente los sigo usando cuando estoy en un lugar donde no tengo nada, ni siquiera una aspirina. Es creer o reventar.
Por el Ing. Guillermo Marino Cramer Autor del libro: “Crónica de un viaje a lo desconocido” Ed. DUNKEN Email: skyjetar@gmail.com