La traición al cuerpo

¿Cuánta gente vive hoy alejada de su propio ser? Una existencia que la conduce a estar como si fuese otra, a comunicarse con frases excesivamente pensadas con el solo fin de ser elogiadas por quienes la o lo aplauden. Cuánta gente vive rodeada de un aura de “éxito” engañoso, un resplandor que obnubila eclipsando una pureza que no requiere de aclamación para existir y le permite verse sin reflectores.  

Vivir en el propio mundo puede describirse desde una doble interpretación: existir sostenido por la singularidad del propio ser o suponer que se Es mediante la creación mental de un personaje, alienado del Ser que conduce a actuar desde la frialdad emocional, es decir por fuera de los sentimientos.

Nuestro cuerpo es un aliado incondicional que nunca nos va a traicionar si lo escuchamos. En cambio, si se falsifica el propio sí mismo construyendo una imagen personal adecuada para ser admirado o admirada, siempre con la expectativa de ser aceptada, aceptado, amada, amado, y confirmada desde fuera de ese cuerpo, nos traicionamos.  Esta trampa tiene como aliada a una seducción cuyo fin es capturar la mirada del otro o de la otra, ser acogida o acogido para ser confirmada. El impacto en el cuerpo es responder más al deseo del otro que a la satisfacción del propio placer.  De esta manera se confunde el valor de sí mismo, sí misma, con la atractividad de una “bella” imagen externa. Así, el comportamiento y la construcción de la propia imagen, encarna una necesidad exagerada de complacer, que perpetúa la enajenación. Al falsificar el propio sí mismo, la persona va adquiriendo instrumentos cada vez más enfocados a los mecanismos de auto manipulación y, aunque parezca lo contrario, permanentemente, se amolda a las necesidades de otros y se convierte en producto humano para la “venta”. Un mecanismo que lo y la desconecta de las propias emociones, es decir, de sus deseos profundos. Ser, lo o la subordina a lo que los otros ven de esa persona, esto constituye los cimientos de una dependencia.  Siempre hay algo que mostrar y eso es lo que determina el propio lugar.

Pero no todo está perdido. Somos capaces de distinguir lo que tiene significación personal si tomamos conciencia de todo esto y se deja lugar para interpelar vínculos y mensajes que consumimos a diario.  Para esto es imprescindible estar en contacto con el propio cuerpo, no con la imagen de sí o la que se nos demanda ser. Sentir la individualidad y conocer las cualidades del proceso identitario vivido, lo que implica lograr estar en contacto con nuestros sentimientos en todo momento. Saber lo que se quiere y lo que no se quiere, tener opinión, animarse a criticar aquello con lo cual no se está de acuerdo, saber reclamar lo que corresponde sin temores. Quienes logran tener contacto con su singularidad permanecen por fuera de esa especie de magnetismo que generan ciertas influencias, esas que no permiten el libre albedrío en las elecciones. 

Por Alejandra Brener
Lic. Ciencias de la Educación
Ter. corporal – Bioenergetista

alejandrabrener@gmail.com
/Alejandra Brener Bioenergética
@espacioatierra

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