La alimentación es un proceso básico, y, además, es parte de la conducta humana. La relación entre la alimentación y el comportamiento humano influye en la salud física, mental y social de las personas. Cada vez se pone más en evidencia la complejidad a la hora de comer, ya que está modulada por factores psicológicos (como la personalidad, emociones, motivación) y su interacción con factores biológicos, sociales, culturales y familiares.
En términos generales, podemos definir a la psicología de la alimentación como el área que trata sobre los fundamentos biopsicosociales que modulan la conducta alimentaria, un pilar básico en los procesos de salud/enfermedad y, por otro lado, el área que ofrece las herramientas para conseguir, a largo plazo, hábitos de alimentación saludables y una relación armoniosa con la comida.
Las decisiones alimentarias se deben sustentar bajo un criterio de tolerancia y flexibilidad, huyendo de la toma decisiones dicotómicas, de “todo o nada” o demasiado rígidas. Esta flexibilidad también va muy ligada tanto al respeto hacia uno mismo, hacia la salud y, por ende, hacia el autocuidado. Por otro lado, hay que filtrar determinadas situaciones agresivas de la publicidad emocional y las estrategias de marketing tan competitivas que a diario recibimos desde el consumo de medios de comunicación incluidas las redes sociales. En numerosas ocasiones no somos conscientes, pero fácilmente logran que acabemos decidiendo lo que ellos quieren “vender” y en base a sus intereses, que dista mucho de decidir desde nuestra propia libertad.
La alimentación es un proceso mediado por el sistema nervioso central, el cual, regula la ingesta de alimentos sólidos y líquidos. La necesidad de ingesta está relacionada con el nivel de glucosa en la sangre, sin embargo, esto puede ser alterado por factores externos como ser la ansiedad, la estimulación de los sentidos del olfato y la vista, entre otros. La necesidad fisiológica de ingerir alimentos, se le denomina Hambre, mientras que el Apetito, es el deseo psicológico de comer, ya que se encuentra asociado a experiencias sensoriales, y se llama Saciedad, al freno en la ingesta. El hipotálamo es un área clave en estos procesos, ya que desencadena la sensación de hambre que induce a la ingesta de alimentos. Dicha sensación, se inicia con la síntesis de glucógeno, la liberación insulina y se estimula la lipogénesis. Después de esto, viene la satisfacción, que es una sensación de plenitud y así se llega a la saciedad. Este ciclo de hambre, satisfacción y saciedad está regulado por hormonas neuronales que se dan en el hipotálamo. También se debe tomar en cuenta otros factores externos como ser los horarios de la comida, la manera de preparación de los alimentos, etc.
Cualquier anomalía en la ingesta de alimentos puede llegar a modificar la homeostasis energética y, por lo tanto, llevar a aumento de peso corporal (generando hambre voraz), o bien, llevar a un descenso de peso (evitando los deseos de comer). La regulación del apetito y la ingesta están influenciados por varios factores que son hormonales, neuronales e incluso las emociones de las personas. En psicología moderna, se entiende por emoción a un sentimiento (estado de ánimo del individuo) que nace de las impresiones de los sentidos, ideas o recuerdos y que presenta una alteración orgánica notable, siempre compuesta por un factor cognoscitivo, y otro fisiológico.
La alimentación emocional, incluye los hábitos alimentarios como reflejo de las necesidades afectivas y de la situación mental de la persona, y repercuten en su salud tanto positiva como negativamente. De esta manera, emoción e ingesta, así como emoción y comportamiento parecen actuar conjuntamente.
Por otra parte, desde la infancia se asocia la comida con premios o castigos. Los eventos sociales, reuniones familiares, recuerdos, vivencias personales etc., todo ello incluye la comida que se asocia con un momento especial.
Los cambios en la sociedad, la cultura y los medios de comunicación tienen una gran influencia en nuestra alimentación. En la actualidad, factores como la intensificación de la jornada laboral, el auge de las comidas precocinadas y el bajo costo de los alimentos ultraprocesados, facilitan la adopción de hábitos alimenticios inadecuados que tienen graves consecuencias sobre nuestra salud.
La alimentación es un ritual que más allá de ser un acto biológico, se ha vuelto un acto social que tiene un sinnúmero de repercusiones de acuerdo con el contexto social y cultural en donde se realiza. Es por esto que, bajo ciertas circunstancias, la alimentación puede llegar a ser patológica. Estar alertas a ciertas señales es la manera propicia del manejo de la ingesta.
Por Prof. Lic. Gabriela Buffagni
Lic. En Nutrición (MN3190 – UBA)
Prof. Regular Titular Cátedra de ASA – Facultad de Medicina (UBA)
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