Hace algunas semanas la cocinera Dolly Irigoyen se preguntó en el programa de la actriz Juana Viale, qué pasaría si de hoy a mañana todo el mundo se hiciera vegetariano. Un estudio publicado en la revista Science tiene una respuesta para Dolly.
Se calcula que si eso pasara…
– El uso de la tierra se reduciría en un 76%.
– Las emisiones por la producción de comidas bajarían un 49%.
– Además de reducir el uso del agua y la contaminación de los océanos.
Este estudio calculó, cuál es la huella de carbono que deja nuestra alimentación. Pero ¿qué es la huella de carbono? Es un indicador, es una forma de medir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que genera una persona, una empresa, un país, o una actividad durante un año. Estos gases son los que atrapan calor en la atmósfera y hacen que aumente la temperatura. Solemos hablar de dióxido de carbono (CO2) porque es el más conocido y se lo usa como equivalente, pero los GEI son varios. Al medir nuestra huella de carbono hablamos de cuántas toneladas de CO2 emitimos a la atmósfera en un año.
Aunque, como siempre, hace falta pensarlo en contexto y para eso sirve el informe elaborado por OxFam, que muestra que el cambio climático está intrínsecamente unido a la desigualdad económica. Sólo el 10% más rico de la población genera más del 52% de las emisiones, mientras que hay otro 50% de las personas que emite sólo un 7%.
Ese 50% de la población con una huella de carbono tan reducida, tiene bajas emisiones porque no tiene acceso a servicios básicos como energía, transportes, etc. Y son estos mismos grupos los que se encuentran en condiciones de mayor exposición y vulnerabilidad ante los eventos meteorológicos extremos que se dan con el avance de la crisis climática. A la hora de pensar en reducir nuestras huellas de carbono hay que entender que las responsabilidades son compartidas, pero no son iguales.
Pero volviendo a la huella de carbono de nuestra alimentación… Conociendo que el desafío es buscar cómo desarrollarnos sin seguir aumentando las emisiones podemos buscar medidas compensatorias por las emisiones que ya generamos, pero también es posible pensar en cómo reducir nuestra huella en el cotidiano y ahí es donde aparece “la comida”.
El impacto global de la producción de comida es un estudio publicado en febrero de 2019 en la revista Science. Este se volvió un punto clave en la estimación de la huella de carbono de nuestras dietas:
– La comida genera un 26% de las emisiones de GEI a nivel global.
– La producción de carne y lácteos sola representa un 14,5% de las emisiones de GEI.
– La mitad de la tierra habitable (no desértica o cubierta por hielos) se usa para agricultura.
– El 94% de los mamíferos son ganado.
A partir de esto queda claro que si queremos reducir nuestra huella de carbono tenemos que apuntar a reducir nuestro consumo de carnes y lácteos. Ezequiel Arrieta médico, becario del CONICET y editor de“El gato y la caja” expresó: «Los estudios que hicimos acá en la Argentina muestran que una dieta promedio, con mucha carne de vaca, casi todos los días. Una dieta que tiene mucho alimento procesado, poca fruta, poca verdura, poca legumbre, pocos cereales integrales. Más o menos emite unas 3 toneladas de CO2 por año. Este es el equivalente a usar 9.000 litros de nafta. ¿Cuánto se reduce si adoptas una dieta vegana o vegetariana? Se reduce en tres o cuatro veces. Es un montón.»
Si pensamos que la estimación del IPCC establece que las emisiones anuales de CO2 per cápita deberían ser de 3,25 tC02eq para alcanzar el objetivo de 1,5° del Acuerdo de París; que solamente nuestra alimentación genere casi la totalidad de nuestro presupuesto de carbono anual, es insostenible y es un área donde podemos mejorar mucho.
Pero no sólo se reducirían nuestras emisiones, bajaría el consumo y la contaminación de agua, y los km2 de suelo utilizados, sino que el territorio que ya no se use para producir alimentos podría absorber CO2 al recuperarse la vegetación natural. Es un escenario poco probable, que toda la población cambie su dieta de un día para otro. Pero aún la reducción a la mitad del consumo de carnes y productos de origen animal reproduce un 70% de los efectos positivos de la adopción mundial de una dieta a base de plantas.
Devolver territorios a la naturaleza permitiría que la biodiversidad de los distintos ecosistemas comience a recuperarse tendría muchos beneficios. Y esto también lo menciona Ezequiel Arrieta «Lo que hagamos con la tierra que se libera debería depender de lo que elijamos como sociedad, y que no solamente esté traccionado por los negocios – y agrega- Podemos dejar espacio para que crezca la naturaleza, para dejar corredores biológicos que nos permitan incrementar la cantidad de polinizadores y al mismo tiempo aumentar la regulación hídrica. Se puede hacer mucho con todo ese espacio libre que podríamos dejar y una forma muy fácil, rápida y sencilla, es básicamente reduciendo nuestro consumo de carne».
Las soluciones necesariamente deben ser colectivas, estos escenarios sólo se dan si hay un cambio a gran escala. Además, son las grandes empresas y los estados quienes deben hacer los principales cambios y esfuerzos para garantizar una transición a una vida sustentable. Pero informarnos y conocer nuestro impacto ayuda a tomar conciencia, hacer cambios y comenzar a hablarlo en nuestro entorno para poder exigir a los tomadores de decisiones que actúen ya.
Catalina Llarín
CONVIVIR