Son tantos los contrastes que percibimos en nuestras vidas y tantos vaivenes los que tenemos que sortear, que la sensación que puede presentarse a menudo es la de estar parados en el medio de un desierto, preguntándonos ¿ahora qué hago?, ¿hacia dónde voy?, ¿cómo salgo de esta?, ¿quién me ayuda?; son los momentos en que tenemos que acudir a una gran reserva interna de fuerzas (para seguir adelante), y de fe (para seguir con optimismo).
Porque, en tiempos como estos que vivimos, cómo podríamos estar parados si no contáramos con una gran dosis de fuerza interior.
Cómo podríamos afrontar los esfuerzos diarios, si no tuviéramos fe en los objetivos.
Muchas veces, cuando los padecimientos parecen superarnos, pensamos que ya no tenemos más fuerzas y que somos incapaces de continuar. Incluso nos preguntamos para qué continuar. Y nos sentimos débiles.
Pero continuamos alimentándonos, sorprendiéndonos ante hechos mínimos; continuamos viviendo.
Tendremos que hacer un poco más por conocernos, para responder las preguntas y no sentirnos caminando en el desierto.
Para eso, reconozcamos que somos tenaces. Que fácilmente no nos desaniman. Que -aunque sea mínimamente- continuamos nuestro camino.
Y reconozcamos que tenemos grandes convicciones. Cada cual tendrá las suyas, pero son las convicciones que nos aferran a la vida y nos impulsan a alcanzar los pequeños o grandes triunfos diarios.
También reconozcamos que somos dueños de una fuerte personalidad. Y que nuestros ideales, en definitiva, son buenos.
Y que somos agradecidos, con un agradecimiento que a la larga nos hará avanzar.
Tenemos alguna dosis de sentido común, sentimientos de solidaridad…
Sea poco o mucho lo que cada uno tiene de estos ingredientes, lo cierto es que están. Porque si no tuviéramos -en conjunto- ni siquiera un poquito, ya nos hubiéramos destruido.
Debe ser eso lo que nos salva como raza, y será lo que nos rescata como seres humanos.
En conjunto somos confiables y capaces para seguir adelante con nuestras vidas.
A pesar de lo que se ve en la superficie, a pesar de los padecimientos y de las veces que queremos renunciar al género humano: valemos la pena.
Somos los grandes luchadores del universo. No a la manera de un “Rambo” o un “Conan el Bárbaro”, con las pequeñas luchas diarias que son las que más engrandecen.
Espero que los alineamientos en los cielos logren mostrarnos todo lo que cada uno anhela ver. En este momento, a fuerza de pensar, a mí me mostraron lo grandiosos que cada uno de nosotros somos.
Por Marta Susana Fleischer