Etica alimentaria

Las conductas alimentarias y su clara vinculación con la emocionalidad de cada sujeto se construyen a partir de un marco social que contiene y el conocimiento que circula. Con la carga de herencia cultural, la transmisión y acceso con se cuenta en cierto ámbito es que las personas, la escuela, los profesionales médicos y las familias construyen sus actitudes y relaciones en torno al comer propiamente dicho y a las prácticas habituales de la comunidad. Se crean imágenes de lo debido y lo rechazado. Se componen creencias sobre los alimentos. Se priorizan formas de cocción o momentos de consumo. Se crea un calendario anual de actividades típicamente asociadas a las costumbres alimentarias y las relaciones que ellas componen (el mote con huesillo en Chile, los pastelitos en Argentina o la causa limeña en Perú, por ejemplo); hechos que producen una cadencia determinada en la adquisición, preparación y consumo de esos alimentos. Se desarrollan rutas del comprar y del comer que se clasifican desde lo sociocultural. Se impone modas y se rechazan otras. Algunos productos se endiosan y destruyen en oleadas sucesivas, propiciando o no su consumo. Se crean imágenes colectivas de lo adecuado desde el hecho de alimentarse, el modo de cocinar, la frecuencia del comer, la forma de hacerlo, el estilo de reunión, las maneras de transmitir saberes a las nuevas generaciones, las siluetas «aceptadas», los modales…

Tal conglomerado de realidades crea la vida alimentaria de una comunidad y sus prácticas e imaginarios. El modo en que los sujetos que la habitan se ven a sí mismos reflejados en lo que comen, perciben su figura y cómo terceros lo interpretan a partir de ello.

En este juego de elaboración social de la alimentación se funda una cierta construcción ética. Así, cada comunidad posee hábitos que se han desarrollado a través de los años y dan vida a características propias, donde cada pueblo expresa sus hábitos, desarrolla sus cultivos y realza percepciones físicas que considera pertinentes para sus habitantes. Allí también crecen las prácticas sanas o insanas de vinculación con los alimentos en función a esas particularidades. Esa ética alimentaria que le pertenece, también crea sus propias patologías preeminentes.

La salud alimentaria, concebida como la igualitaria disposición de los productos para todos los sujetos, con la misma posibilidad de adquisición, en cantidades suficientes y con la misma capacidad nutritiva, es parte del modo en que se come, por supuesto, pero también de cómo se construye la percepción sobre la comida, sobre cómo se ingiere y sobre la imagen corporal. La vida saludable (física y psíquica) se ve determinada, entonces, por la accesibilidad a la información, la herencia alimentaria, la disponibilidad democrática de los productos y los marcos de normalidad que se establecen en cierta comunidada.

Flavia Tomaello
Periodista
Autora de Patologías alimentarias del siglo XXI, Ed. Eudeba

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