Una sensación o un sentimiento es mucho más que una creencia, mucho más que un pensamiento. Cualquiera podría decir, que es una obviedad esta afirmación, sin embargo, la mayoría de las personas racionaliza las sensaciones y los sentimientos, es decir, no repara en el registro corporal de cada una de éstas. Solo la actividad mental, no da lugar a las sensaciones corporales, sin embargo, es común, acceder más fácilmente a las sensaciones que a los sentimientos. Las sensaciones de calor, frío, presión, son algunas de las más comunes que se advierten. No obstante, muchas de ellas, van de la mano de sentimientos o emociones que pueden o no registrarse: miedo, tristeza, ira, alegría, entre otros.
Las emociones son movimientos espontáneos del cuerpo que emanan desde las entrañas hacia afuera, se propagan por el mismo cuerpo y, a la vez, se expanden fuera de él. En todo este trayecto, existe una predisposición a conectarse con el entorno. Cuando algo en este recorrido está afectado, puede dar lugar a un repliegue de los movimientos espontáneos por efecto del miedo, lo cual genera tensiones que cobijan aquello que no se puede soltar. También, puede ocurrir, que se produzca un tipo de movimiento reactivo no conectado con los sentimientos, sino que, emana como respuesta ante una amenaza. En este caso, suele salir, de manera impulsiva
la ira y/o la ansiedad.
Toda emoción tiene un componente de acción, etimológicamente significa “poner en movimiento”, y se experimenta desde las respuestas corporales. “Siento miedo desde la sensación de escalofrío, estoy muy enojada y advierto el calor en mi pecho”
En cambio, puede dolerme la musculatura del cuello, pero cuando me enojo, no registro ese dolor, que, probablemente, este vinculado con esa emoción. Un cuerpo vital, es aquel cuya energía circula fluidamente por toda su geografía y esto es lo que permite hacer fluir las sensaciones y sentimientos propios y ajenos.
Quienes no perciben al cuerpo del otro, tampoco advierten el propio. Esto sucede cuando se alcanza una insensibilidad corporal por efecto de una repetida retención de impulsos. En término de experiencias concretas, ocurre cuando históricamente la musculatura se
contrajo agudamente por represión de sentimientos, expresiones, comportamientos no permitidos y que quedó adormecida o inmovilizada. Esto produce que, dichas emociones, se “acobachen” y, así, la espontaneidad se limita.
Los grados de supresión son heterogéneos, varía en cada uno o una, de acuerdo al nivel de amenaza que ha generado tal anulación. Hay personas que retienen, por ejemplo, la ira en alguna parte del cuerpo (mandíbulas apretadísimas, cuellos rigidizados, pechos comprimidos) otras, la expulsan y estallan ante la mínima provocación y, en el medio, ocurren matices de acuerdo al hecho desencadenante y la historia de la persona. Ser consciente de esto ayuda a buscar la suavidad de los movimientos, el libre fluir, todos aspectos que ayudan a conectar con los sentimientos más auténticos. Un fragmento del libro Felicidad que permanece de Bert
Hellinger sintetiza la savia de uno de los más profundos sentimientos. Dice así:
“¿Quién puede decir ‘te amo’? ¿Qué ocurre en su alma cuando dice esta frase? ¿Qué pasa en el alma del otro cuando dice esta frase? El alma de quien dice esta frase, tiembla. En ella se reúne algo que crece como una ola y lo arrastra. Pero no hay frase más hermosa que nos conmueva tan hondamente y nos una tan íntimamente con otra persona. Es una frase humilde. Nos empequeñece y engrandece al mismo tiempo. Nos hace profundamente humanos».