Desde la segunda mitad del siglo pasado, las bacterias han sido consideradas como grandes villanas de los procesos infecciosos, como causa única de los mismos. Es el empantanamiento del sistema linfático por acumulación de toxinas el que genera la presencia de las bacterias, las cuales biológicamente cumplen el papel de “comer” toxinas.
Recordemos que las bacterias nunca se asientan en un terreno limpio, o sea libre de toxinas. Sin embargo hoy en día, más de 100 años después, se sigue manteniendo la misma controversia que mantuviera Pasteur, defensor del criterio de que la bacteria era la única culpable del proceso infeccioso, con Claude Bernard, defensor de que era el terreno tóxico el culpable del mismo.
Sin embargo, no hay que ser extremistas, pues se podría argumentar que por muy tóxico que esté el organismo, mientras no haya la presencia de la bacteria no comenzará el proceso infeccioso.
Para hacernos una idea más gráfica de estas situaciones, utilizaremos un ejemplo un poco grosero: si una persona tiene una casa de campo con un gran patio cuidada por un perro y un día al llegar encuentra buitres en el patio, la reflexión que se hará será “ seguramente murió el perro por eso están aquí los buitres”; y acto seguido, para librarse de ellos en forma permanente lo que hará será sacar al perro del patio y enterrarlo, pues con ello se irán los buitres. Será muy difícil que opte por matar a los buitres, pues si lo hace, vendrán más a comerse lo que queda del perro y además a los otros buitres. Claro que también quedaría la opción de matar a los buitres y luego sacar y enterrar los restos tanto del perro como de los buitres, pero esto sería un esfuerzo que consumiría mucha más energía que la primera opción.
Con el organismo humano sucede lo mismo en pequeño.
En el proceso inflamatorio encontramos una cadena de reacciones, todas dirigidas a la eliminación de las toxinas por medio del pus, mucosidades, etc. En esta fase de reacción de la homotoxicología se “queman” toxinas tan variadas como los virus, precipitados provenientes de las reacciones antígeno-anticuerpo, histaminas alérgicas, falsas proteínas tóxicas provenientes del cerdo, etc. Una vez que la inflamación ha cumplido sus objetivos la bacteria deja de ser útil y desaparece, quedando el cuerpo sano y libre de toxinas.
Si abordamos la inflamación de una forma no biológica corremos un gran riesgo, pues por lo general el tratamiento medicamentoso de los procesos inflamatorios se dirige a eliminar o tapar los síntomas desagradables. “Se olvida que los síntomas de la enfermedad son simplemente una admonición natural reclamando la aplicación y uso de remedios antitóxicos específicos que estimulen al Sistema de la Gran Defensa para que sea éste el encargado de buscar la detoxicación de la causa de la enfermedad, o sea de las homotoxinas”.
Por lo tanto al usar antibióticos, antiinflamatorios, no esteroidales, bloqueadores ganglionares, simpaticomiméticos, etc., el organismo corre el peligro de formar grupos de falsas proteínas llamadas pépticos salvajes.
Los péptidos salvajes originados siempre donde quiera que se encuentren bacterias y drogas alopáticas supresoras, inducen la síntesis de anticuerpos en células plasmáticas. Los anticuerpos generalmente atacan a toda proteína extraña al organismo, esto incluye a las moléculas proteicas con sulfonamidas, antibióticos, endotoxinas bacterianas, etc., como son los péptidos salvajes.
Desgraciadamente los autoanticuerpos no solo atacan a los péptidos salvajes, sino a todo tejido del cuerpo que contenga moléculas extrañas como restos químicos, procesos inflamatorios suprimidos, endotoxinas bacterianas, tejidos dañados, etc.
Por lo tanto si queremos tratar correctamente una infección, tenemos que partir de que la bacteria no es culpable de fondo de esta situación; al fin y al cabo, permanentemente llevamos 3 kg de bacterias a cuestas. Lo que sí debemos investigar es por qué razón las bacterias atacaron, y tratar de solucionar el problema de fondo, esto es, limpiar de toxinas a conciencia todo el sistema intercelular. Esta limpieza necesariamente debe comenzar con una buena alimentación y un mantenimiento periódico de la “alcantarilla” de nuestro cuerpo, esto es el Intestino Grueso, el cual bajo ninguna circunstancia debe transformarse en pozo séptico. No hay que olvidar el famoso principio de Hipócrates de que “la enfermedad está en la boca”. Podemos ayudar a la depuración del organismo con la toma, por unos tres meses, de un medicamento que elimine focos de concentración de toxinas y/o campos interferentes con Terapia Neural.
Por supuesto, también deberemos solucionar al problema inmediato, que es la causa por la cual consulta nuestro paciente, realizando una estimulación del sistema inmunológico de características duraderas.
Como corolario de esto podemos decir que nunca se insistirá lo suficiente sobre la importancia que tiene la limpieza del sistema linfático para el mantenimiento de la salud.
Dr. Med. Eduardo Granja M.
Ecuador